A horas de nacido té comunican que ese bebé tan Hermoso y deseado al que creías perfecto está enfermo.
Empiezas a olvidar tus dolores, los puntos de la episotomia, tu cansancio... desaparecen para solo sentir su dolor.
Un dolor mayor al de otros, indescriptible y agonizante que te encoge el pecho.
No quieres hablar con nadie, no quieres llorar, no quieres gritar... y todo ello se agita como un huracán dentro de ti.
Siempre has tenido suerte en esta vida y ahora la vida da un revés. Cogiendo un camino oscuro y desconocido que no pensastes andar nunca.
Esto no me va a pasar a mí, sueles pensar, pero de esos 8 casos de 1000 que hay está tu hijo.
Positivismo te dicen, pero te derrumbas cuando nadie te ve, porque ese
dolor no es solo de tu hijo, tú no vas a dejar que sufra solo.
Decirlo o no decirlo, que más da, se te nota en la mirada.
El bebé aún es pequeño para entender de médicos y medicaciones. A él parece no importarle, piensas que deberías aprender de él.
Crees que es culpa tuya, que los tuyos lo están sufriendo por tu culpa, y temes que la persona que viaja contigo se de cuenta y te culpabilice también.
Intentas tratar a tu hijo como un niño sano pero no puedes, sabes que está enfermo y siempre tiendes a protegerlo el triple.
Te da miedo salir a la calle, que coja frío, que se le acerquen a verlo y enferme por algún virus...
Estremas medidas de protección y te vuelves paranoica. Al borde de la locura.
Cuando un hijo nace enfermo tu enfermas con él.